En marzo de 2020, debido a la pandemia del COVID-19, las autoridades impusieron el uso del barbijo en todos los ambientes públicos abiertos y cerrados. Inicialmente hubo una resistencia moderada de parte de la población, por lo que muchos fueron expuestos en páginas de Facebook como “el muro de la vergüenza” y otros. En medio de la desesperación por el virus, sacarse el barbijo se convirtió en el pecado más grande para cualquier ciudadano.
Durante la cuarentena, era obligatorio salir con guantes de látex y barbijos, por lo que los precios de ambos se elevaron debido a la especulación, así que en promedio, uno no encontraba cajas de barbijos de menos de 30 Bs. e incluso se registraron peleas entre comerciantes y compradores por los altos precios y el ocultamiento, hubo mucha paranoia.
En el altiplano, aunque el barbijo era incómodo, las temperaturas no generaban la molestia que sin duda se daba en el oriente con la humedad y el calor, pero todos nos resignamos, así que para junio del 2020, cuando se levantó parcialmente la cuarentena y ya se pudo salir más de un día a la semana, la rutina consistía en tomar la billetera, el celular, las llaves y el barbijo, pues sin él, no podías ingresar al minibús, al banco, al Teleférico, en fin, a cualquier sitio.
Y no es que las fuerzas del orden estuvieran vigilando todo el tiempo, es que se estableció un control social bastante eficiente, al punto que hasta 2021 el objeto más comprado fue el barbijo. La economía de mercado se abrió nicho de maneras ingeniosas: al principio, como no había ingreso de mercadería de fuera, escasearon los barbijos, así que muchas personas los confeccionaron de tela galleta y ligas para amarrar billetes, hubo quienes los hicieron de tela, con diseños autóctonos, aparecieron también los personajes de series, películas, e incluso políticos.
Así, a partir de la tercera ola y con la llegada de las vacunas, el barbijo se fue haciendo un accesorio de moda, pero también una especie de fetiche, pues al reiniciarse reuniones, fiestas o actividades como el gimnasio, la gente se lo ponía y sentía que estaba a salvo del contagio. En ese contexto, resultaba cómico que por ejemplo en una boda, donde se consumía alimentos y bebidas, se bailaba, había gran contacto y falta de distanciamiento, se establecía el uso del barbijo para al menos en apariencia, decir que se estaba tomando medidas de bioseguridad.
Pero era molesto ¿No? Al menos para mí, salir a la calle con la mitad de mi rostro cubierto, sin poder hablar ni respirar bien, me provocaba gran pesar, pero veía el sentimiento de incomodidad e inseguridad de muchos que seguro tenían parientes vulnerables en casa y temían llevar la enfermedad, así que me resignaba y salía con el barbijo bien puesto.
Fueron años de usar cubrebocas. Veamos: desde el 23 de marzo de 2020 hasta el 31 de julio de 2023, porque efectivamente, por si no les habían dicho, el gobierno autorizó la suspensión del uso del barbijo en todo el país a partir del pasado primero de agosto. Yo he sido mala y les confieso que dejé de usarlo por completo a finales del año pasado, cuando la OMS dijo que ya no era necesario.
Sin embargo, todavía veo a muchos que no han dejado el hábito. Les propongo realizar un ejercicio a un mes y medio de levantado el uso obligatorio del barbijo: contemos el número de personas que todavía suben a la movilidad o caminan por las calles con el cubrebocas, yo he visto que dos de cada diez personas en La Paz, todavía salen a la calle cubiertas. Obviamente, como soy metiche, les he preguntado a esas personas las razones de su uso.
Las respuestas de la gente fueron por ejemplo “es que me cubre del frío” “es que mi cara no me gusta y por eso me gusta el barbijo” “es que ya me acostumbré y automáticamente me lo pongo antes de salir” “me veo más misterioso” y un largo etcétera que lo deja a uno pensando sobre cómo hay cosas que se quedan profundo en nuestra rutina y no abandonamos a pesar de ya no necesitarlas. Empero, en medio de aquellos, hay también quienes se han quedado con el trauma pues han perdido trágicamente a sus seres queridos “no voy a dejar de desinfectarme y usar barbijo, porque vi morir a mi padre y temo que el virus siga aquí”, me ha dicho una colega.
Han pasado más de tres años, y poco a poco las cosas vuelven a la normalidad, la caja de barbijos está entre 5 y 15 Bs. y el alcohol en gel ya no es usado en todas partes. Restaurantes y cafés han retirado sus dispensadores de desinfectante para manos y se puede subir a un avión sin el famoso KN-95 que era mucho más efectivo que los barbijos convencionales. Ya no vemos los reportes diarios de los muertos por COVID y los noticieros hablan de otras cosas, política y farándula han ocupado las portadas.
Pero tal como hemos dicho, para muchos, la pandemia habrá significado la pérdida de seres queridos, divorcios, separaciones, cierre de negocios, despidos por recorte de personal, recuerdos dolorosos de cambios de rutinas que habíamos seguido por años, etc. Quizá por ello nos aferramos a las rutinas adquiridas durante la emergencia de la enfermedad. Ha sido un tiempo extraño, con muchos traumas y tristezas.