Liberemos la esperanza de la cárcel del populismo

La coyuntura está al rojo vivo. Junto al deterioro económico del país, asistimos, a pasos agigantados, a la decadencia moral y política del proyecto político que viene gobernando Bolivia hace casi de 18 años. En los últimos meses vemos cómo las nuevas élites políticas y económicas y sus liderazgos se han enfrascado en una sórdida pelea por poder. Pero, a pesar de los pesados dardos que se lanzan y los improperios que se disparan, no dejan de llamarse de hermanos y compañeros.

Aquellos que se consideraban la reserva moral del mundo, aquellos que se sentían la semilla del hombre y la mujer nueva, aquellos predestinados a hacer la revolución, aquellos fundadores del Estado plurinacional, ahora no se bajan de traidores, narcotraficantes, corruptos, oportunistas, abusivos, autoritarios, neoliberales y otros epítetos y piropos, que un domingo de sol como el de hoy no me permiten reproducir sin abochornar el día. El espectáculo chabacano de dimes y diretes los retrata de cuerpo entero. Es el eterno retorno al caudillismo, a la manipulación de las emociones y la cooptación de ciertos grupos de la sociedad. Es el viejo populismo desplegando sus alas creando enemigos internos y externo.

En cuanto eso, el país languidece: no hay dólares, gas, agua, salud, democracia, empleo de calidad, acceso al mar, seguridad, justicia; en suma, no hay futuro.

Entre tanto, la mayoría de la población boliviana asiste a la tragicomedia de la disputa del poder atónita, asqueada e impotente. Los poderosos muestran que están dispuestos a todo: mentir, usar y abusar del sistema de justicia, intrigar a mansalva, manipular datos, atacar periodistas, desprestigiar a sus exhermanos, perseguir a sus enemigos, calumniar sin pudor al oponente, por supuesto todo a nombre del pueblo que pretenden representar. Frente al juego de tronos criollo, a la gente, especialmente la más joven, no le queda más remedio que decir guácala, en medio de arcadas biliosas.

El espectáculo que brinda el populismo nacional se asemeja a un culebrón mexicano donde una pareja absolutamente tóxica y enferma de poder decide separarse y ventilar sus miserias y odios más profundos. Como no podía faltar, en este teatro de los errores y horrores, están diferentes corifeos, académicos chantas, fanáticos de poca monta, mercenarios digitales, los maestros del sofisma y comisarios políticos disfrazados de periodistas que subliman la mala leche, la maldad, la intriga, la canallada y la presentan como acciones tácticas a ser admiradas, como pruebas de un maquiavelismo local que hay que admirar. Las vulgares gambetas del poder se convierten en acciones estratégicas envolventes de los nuevos genios de la política. Los intelectuales orgánicos del régimen, desde fuera y dentro del poder, arropan la arrogancia, amenizan las diatribas y las hacen ver como acciones inteligentes. Nada por aquí, nada por allá. Por favor, no me pise la víbora. ¿No ve que es de plástico? Reaparecen los encantadores de feria.

La pantomima del poder en la republiqueta del Chapare adquiere rasgos de burlesco costumbrista, de donde se alimenta la metafísica popular: la autoexpulsión de los desviados. La mamocracia autofesteja. La canallocracia autogoza con la viveza criolla. Los hermanos y compañeros se autogasifican. Desde la comarca del azul intenso y azul descolorido, la sociedad es vista como un gran racimo de mamaderas. A disfrutar se dijo, los mamones.

En estos días de furia, se ultraja a mansalva conceptos tan nobles como hermano o compañero que, entre la gente de bien, significa amor, fraternidad, solidaridad, lealtad, camaradería. Ahora, en el lodo del poder, son solo muletillas para denostar al cómplice, denunciar al examiguete de la piñata de Estado. Abel y Caín, dos guagüitas de pecho frente a los lobos de la revolución.

Desde las graderías del pragmatismo siempre viene el relato de que la política en Bolivia siempre fue así. Nada nuevo bajo el sol. Frente a este panorama, prefiero pecar de ingenio que de cínico y lo digo, con toda claridad: la mayoría de los bolivianos no somos así. Esta es la nueva mamocracia. La mayoría es gente que trabaja duro, cuida de las hijas, estudia, produce, construye y cuando llama de hermano a otro ciudadano, lo siente en el fondo de su corazón.

En suma, en el lado de decencia, la ética y la democracia, la mayoría de las personas miran con miedo y estupor el final que tendrá este carnaval adelantado. Mi cabildo es mejor que tu congreso. Yo soy el único caudillo, tu cajero neoliberal.

Es muy difícil tener esperanza en el futuro del país cuando uno asiste al espectáculo de los egos de los salvadores, el destile a raudales del veneno de las acusaciones y contraacusaciones y las acciones prepotentes de una lado y otro. El populismo ha encarcelado la esperanza.

Salir de este encierro requiere un gran esfuerzo colectivo para ver más allá de las bajas pasiones y la desencarnada lucha por el poder, requiere decir un basta al manoseo impúdico de la gente humilde, implica: 1) liberar a la política de los angurrientos del poder; 2) recuperar la acción colectiva en su dimensión de diálogo y ética; 3) impulsar la confrontación democrática de posiciones y 4) abrir la posibilidad de pactos, que nos hagan sentir, que es posible tener futuro.

La recuperación de la ética es un paso fundamental para el cambio del modelo económico y político. La recuperación de la acción colectiva no para destruir al otro o auto bloquearse, no para imponer una idea, no para eliminar al contrincante, sino para construir una misión país desde la base de la sociedad. La familia, la ciudadanía, las empresas, las instituciones agrupaciones ciudadanas, los movimientos sindicales deben ser liberados de la lógica populista, que organiza la política desde las prebendas políticas y económicas.

Que a pesar de todo, a pesar de ustedes, como dice la música de Chico Buarque “Amanha vai ser outro día” (mañana va a ser otro día), será el día de perder el miedo a ser libre y feliz, y recuperar la esperanza y la política como instrumento de la fraternidad y no del odio.

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