Más allá de las perdidas económicas que contabiliza minuciosamente el MAS, el paro y bloqueo en Santa Cruz asume dimensiones que lamentablemente los políticos de gobierno no pueden entender. Es como dice Valverde: “no nos entienden”.
Un paro callejero en Santa Cruz es una experiencia inédita e inolvidable. No es vivido como un gesto agresivo, “militante”, es más como un deber ciudadano que se ejerce sí con seriedad pero como todo en Santa Cruz también con entusiasmo, con alegría, con aire festivo. Es además una actividad no individual sino familiar, lo cual es evidente por la presencia de niños y ancianos frente a las pititas. Como no lo entienden, una Bartolina del MAS ha amenazado con procesos por “involucrar a niños en política”. Realmente no lo entienden.
Pero hay otro aspecto importante que se descubre en los paros: los ciudadanos, sin darse casi cuenta, recuperan su ciudad: desaparecen los vehículos que llenan los innumerables carriles que cubren casi todo el espacio urbano, quedando los peatones arrinconados a los lados. Pues en los paros la ciudad es devuelta a los ciudadanos, completa, sin autos y para su libre goce.
Eso explica la euforia de los niños, que esperan paros para gozar esta experiencia, pero también las mamás, los tíos y los abuelos sacan de inmediato sus sillas como en el pasado remoto, y se inicia la tertulia con los vecinos. Las rotondas se convierten en los salones de los barrios. Es una experiencia única, sobre todo para un pueblo tan sociable como el nuestro.
Eso explica la inmediata presencia de la comida social, en grandes ollas, la tertulia, la música, banda, el baile, la zumba, el deporte, los juegos, los amores, el ciclismo y todo lo que se les pueda ocurrir.